Hotel Del Río, edificio de la época de oro del turismo
1 diciembre, 2014 | 6:00 am
En su corredor principal se encuentra la habitación número 15 donde vivió Juan Gabriel cuando no tenía dinero
1/5
Fuente: Manuel Sáenz
En la avenida Juárez, las remodelaciones de banquetas y fachadas buscan darle una nueva cara al turismo y a la población local; en el interior de los comercios, restaurantes, centros de entretenimiento nocturno y hoteles, cada propietario busca también mejorar para agradar.
En esa vía que lleva al puente internacional Paso del Norte se encuentra el Hotel Del Río, un edificio perteneciente a la época de oro del turismo de cabaret que guarda en su sótano una tumba egipcia, y en su planta alta una habitación donde vivió, antes de no tener dinero pero sí mucho qué dar, el divo de Juárez.
El Hotel del Río opera desde hace 25 años y se ubica en el #4488 de la avenida Juárez, justo frente a la Plaza del Mariachi.
El edificio perteneció originalmente a José Rodríguez Farías, un portugués que emigró a esta frontera en los años de bonanza, quien lo rentó a la familia Martino para que fuera utilizado como el centro nocturno La Cigüeña, en la década de los 40.
En la recepción del hotel, que consta de 19 habitaciones, se encuentra Araceli Maspons, nieta de Rodríguez Farías, quien recuerda cómo desde su infancia le tocó ver la evolución de la avenida Juárez, desde sus años de esplendor hasta la precipitada caída provocada por el atentado terrorista a las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre de 2011.
“Este hotel en sus primeros años, allá por 1989, tuvo mucho éxito, era el mejor del sector, pero se nos fue para abajo cuando se cerraron las fronteras con el 11 de septiembre, se acabó todo”, dijo.
Maspons refirió que cuando se intentó darle un impulso por parte de los comerciantes de la avenida para atraer clientela, a mediados de la década del 2000, el incremento de la violencia ahuyentó a la poca afluencia que aún intentaba recuperar las noches bohemias y los espacios destinados a los jóvenes.
Pero no siempre fue un hotel. El edificio data de principios del siglo 20 y desde su fundación ha tenido diversos giros, principalmente de diversión nocturna.
El más popular de ellos, fue cuando funcionó como La Cigüeña, en el periodo de la Segunda Guerra Mundial, cuando la ciudad se encontraba en su apogeo en el rubro de entretenimiento y que continuó todavía un par de décadas más, tiempo en el que sitios como El Molino Rojo, El Tívoli y La Fiesta vivieron su esplendor.
En ese entonces, el negocio se encontraba en manos de la familia Martino, quien tuvo total control del establecimiento, ya que Rodríguez Farías no se dedicaba a ese giro, puesto que él tenía un negocio de artesanías y curiosidades en la esquina la misma avenida, metros más adelante, recordó Maspons.
“Mi abuelo fue una de las primeras personas aquí que trajo el perfume europeo, vendía perfumes, relojes Rolex, puntas de oro de plumas Parker, cerámica de Portugal”, añadió.
Sin embargo, al fallecer su abuelo, la tienda fue cerrada y la familia decidió no abrir el espacio.
La Cigüeña siguió operando hasta que, orillada por la caída del turismo, el centro de entretenimiento nocturno cerró y el espacio fue utilizado para la venta de vinos y licores, denominándose Licorería Padilla, hasta que a finales de la década de 1980, la familia de Rodríguez Farías decidió reabrirlo como el hotel y desde hace 25 años, es el giro en el que opera.
Antes de ser acondicionado como hotel, la parte alta del edificio era rentada como un complejo de departamentos.
Hoy en día, esa planta está pintada de blanco y luce inmaculada en sus pasillos; al andar, el visitante puede sentir bajo sus pies el crujir de la madera y al observar los tragaluz que se hallan en distintas partes del pasillo, es inevitable no evocar otras épocas.
Es al final de ese corredor principal donde se encuentra la habitación 15, actualmente en reparación, en la que abajo aparece la palabra “Gobernador”, en recuerdo de un dirigente de la tribu india Pueblo, de Nuevo México.
Sin embargo, mucho antes de ser ocupada esa habitación por el visitante extranjero, hubo otro personaje, que allí vivió, antes de que la fama lo colocara como el máximo ídolo popular de México: Alberto Aguilera Valadez, en ese entonces un joven conocido en los bares de la zona como Adán Luna, al que el tiempo, talento y fama lo convirtieron en “El divo de Juárez”, Juan Gabriel.
“Juan Gabriel era un habitante más, vivió aquí por algún tiempo, esa era su habitación”, recordó Maspons.
Como hotel, el Del Río tenía en su mayoría huéspedes extranjeros que acudían a visitar el primer cuadro de la ciudad. Hoy en día, la violencia, la economía y la inseguridad reflejan su peor rostro: sólo hay dos habitaciones ocupadas.
“Ahora que ya termine la remodelación esperamos que las cosas mejoren, creemos que somos una buena opción para los turistas de otras partes del país que vienen a realizar sus compras a El Paso. Nosotros somos un hotel seguro, económico y cómodo, y estamos a un par de cuadras del puente internacional”, dijo.
Pero también dijo Maspons, este lugar puede servir para pasar la noche para quienes salen a divertirse y quieren evitar ser multadas por algún transito.
“No es lo mismo pagar 6 mil pesos de multa, la cárcel y la detención del vehículo, que pagar una habitación y dormir hasta que se recuperen, señaló.
Una catacumba egipcia
Cuando operaba como el bar La Cigüeña, la planta que hoy ocupa el lobby de el hotel Del Río –actualmente en proceso de remodelación–, era toda una fotografía digna de una película de la época del cine de oro.
Mesas y sillas de madera, pilares y decoración de la que hoy en día quedan solamente seis extinguidores de bronce, colocados en distintos puntos del hotel, que sirven como parte de la decoración.
Los hombres vestían de etiqueta, las mujeres traje de noche, todo era fastuosidad, hasta que un día la escena quedó en un recuerdo que el tiempo ha ido borrando.
Sin embargo, al resurgir el edificio, cuando se abrió el hotel en 1989, faltaba el lado bohemio, por lo que años después se integró el área del bar, en el sótano, el cual se llamó originalmente Stargate y después El Portal, pero no ha operado ante la ausencia de clientela.
Maspons dice que en un futuro cercano, una vez que concluya la remodelación externa e interna, confía en que la clientela regrese y con ella las noches del bar.
Ubicado en el subterráneo, el bar tiene la decoración que corrió por cuenta de Javier, un hijo ya fallecido de Maspons, quien se encargó personalmente de detallar los muros y pilares.
Incluso de talló y dirigió la pintura en algunas zonas de las barras y los pilares.
Hace tiempo que nadie encendía las luces del lugar. Una de las trabajadoras del hotel, ayudada con el celular sube poco a poco los interruptores y una a una las teas con un color rojizo se encienden.
La luz es tenue, pero suficiente para impactar al visitante. Allí se encuentra la recreación de una recámara mortuoria, al estilo de las tumbas faraónicas egipcias.
En las barras, las paredes y los pilares se observan réplicas de faraones y dioses egipcios.
Del área de la cabina y el bar fue retirado el sonido, ya que se teme que se pueda deteriorar, por lo que la única música que suena es la que trae el silencio al evocar los tiempos antes de Cristo.
Maspons espera que lleguen mejores tiempos en la avenida para poder invertir en la catacumba que pocos conocen.
Tiene confianza en que las cosas mejoren, una esperanza en la que dice, la Juárez, retome su esplendor y como el Ave Fénix, vuelva a resurgir de sus cenizas.